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jueves, 1 de enero de 2015

El road movie: historia y evolución

Estudiosos del cine consideran que “It Happened One Night” (1934), de Frank Capra, inaugura el género que retrata el escenario móvil dentro de la gran pantalla. Sea como fuere, aquella obra, premiada en su tiempo con el ”scar a la Mejor Película, rastreó la sensibilidad de la fuga (en ómnibus, en auto, o pidiendo “bola”) de una pareja y, con ello, el género se expandió por todo el mundo.

El “road movie” ha sido considerado siempre como el género “de la carretera” aunque, con la evolución del séptimo arte, esas aventuras han legado a la historia del cine obras superiores al movimiento vehicular para incluir escenarios diversos: mares, ríos, lagunas, desiertos, viajes aéreos y galácticos, entre otros tantos.

Sin embargo, no estarían equivocados quienes piensan que los antecedentes del “road movie” datan desde el mismo surgimiento del cine, y no con una historia vinculada a autos u otros vehículos de rodaje por tracción. En 1902, el francés Georges Meliès estrenó en París su obra de ficción “Viaje a la luna” (8 minutos) donde un grupo de parisinos se enrolaba dentro de lo que hoy conocemos como nave espacial para llegar al satélite terrestre. Al llegar, y mientras exploraban el ansiado satélite, el grupo vivió peripecias nunca antes imaginadas por la mente humana. Fue deslumbrante ver la parafernalia montada por la excursión lunar, donde no solo los caballeros de la alta sociedad parisina celebraban la hazaña, sino un grupo de damas salidas del mejor episodio de farándula, posaba alrededor de la nave.

El cine silente (siempre en movimiento) también dejó para la posteridad otras historias que también pudieran considerarse precursoras del road movie. Tal vez, la que mayores versiones ha tenido hasta el presente ha sido la historia del Titanic. El hundiento del famoso trasatlántico cuenta, hasta la fecha, con 13 versiones para cine y televisión. La primera de ellas, “Save from the Titanic” es una producción muda estrenada en 1912, protagonizada por Dorothy Gibson. Ese primer intento narra la historia de una sobreviviente del Titanic. En el proceso de filmación se utilizaron imágenes reales de los sobrevivientes a su llegada a Nueva York y, para las escenas ficción, se utilizó el Olympic, buque gemelo. Sin embargo, esta cinta desapareció en 1914, tras el incendio de los estudios »clair. Ese mismo año, la cinematografía alemana estrenó “Entre la noche y el hielo”, también conocida como “La caída del Titanic”. Para aquella época, sus precarios recursos cinematográficos fueron ingeniosos. A partir de esa fecha, el Titanic devino en tema cautivante para directores y productores de todas las épocas y naciones. No se podría escribir la historia del cine sin mencionar la odisea de enorme buque en su viaje hacia la muerte.

El tema de los viajes interplanetarios fue vuelto a retomar en 1936 cuando la televisión norteamerica estrenó la serie “Flash Gordon”. En su primera temporada, la cinta partió de una historieta creada por Alex Raymond en 1934. En algunos países de Latinoamérica, el nombre del personaje se tradujo como “Roldán el Temerario”. Estos capítulos fueron referencias del “road movie” espacial hasta el estreno en 1953 de “La guerra de los mundos”, de Byron Haskin, basada en la novela del escritor inglés H.G. Welles. Fue en 1977 cuando los temas de viajes inter espaciales vuelven a adquirir ribetes de “road movie” con el estreno de “Stars War: Episode IV” dirigida por George Lucas y protagonizada por Harrison Ford y Mark Hamill, y “Encuentros cercanos de tercer tipo”, de Steven Spielberg. En un tono más intelectual pueden considerarse dos cintas anteriores: “2001: la Odisea del Espacio” (1968), de Stanley Kubrick y “Solaris” (1972), de Andreiv Tarkovski, obras capitales en la historia del cine.

Los marinos

La tragedia del Titanic abrió las puertas al road movie marítimo. La continuidad de obras con el tema de su hundimiento marcó la historia del séptimo arte. Ei “cine del Titanic” no fue un fenómeno exclusivamente norteamericano. Esta experiencia al igual que su antecesora “Viaje a la luna”, se inició fuera de Norteamérica. Eso explica que, en sus orígenes, el llamado “género” de carretera no tuvo su antecedente en filmes movidos por gomas en autopistas. Fueron las naves interplanetarias y los motores marinos los impulsores de embrujos. Fue después que se puso de moda el fenómeno rodante.

Los road movies marinos son amplios en cantidad, calidad y países. Tal vez, dentro de este segmento se existan cientos productos con sus respectivas particularidades. En cuanto al cine norteamericano, este encontró un filón comercial en las historias de corsarios y piratas, con la atenuante de que muy pocas de ellas se desarrollaron en terreno acuático. Los combates de banderas reducían los espacios de la historia porque, precisamente, estas se desarrollaban en tierra firme. El mar, en estos casos, significaba solo un reducido escenario de violencia. De todas estas cintas, “El capitán Blood (Michael Curtiz, 1935) con Errol Flynn y Olivia de Havilland tal vez sea la más emblemática.

En 1935, Frank Lloyd estrenó “Mutiny on the bounty”, basada en la novella de Charles Nordhoff y James Norman Hall, la cual obtuvo el Premio Oscar. Protagonizada por Clark Gable y Charles Laughton. La cinta ha tenido dos remakes, en 1962 y 1984, aunque sin el encanto de la versión original donde el director movió su cámara en inmensas piscinas dentro de los estudios y empleó imágenes superpuestas de tormentas marinas y navegación en velas. Fue un espectáculo cultural innovador con independencia del interés de su guión que todavía hoy conmueve y sobresalta.

Víctor Fleming lleva al cine en 1937 la novela de Rudyard Kipling “Capitanes intrépidos”, cuando un barco pesquero recoge a un niño náufrago a quien no le queda más remedio que adaptarse para sobrevivir. Por su trabajo como protagonista de esta cinta, el actor Spencer Tracy obtuvo el Premio Oscar.

A 1937 pertenece también “Almas en el mar”, de Henry Hathaway, con tres nominaciones al Oscar como Mejor Director, Mejor Banda Sonora y Mejor Director de Arte. Su tema suponía algo más que una aventura: En 1842, dos miembros de la tripulación de un barco que transporta esclavos intentan salvar sus vidas tras verse atrapados entre un motín y un huracán. Gary Cooper y George Raft fueron sus protagonistas.

En 1944, Alfred Hitchcock estrena “Náufragos”. Con un impecable trabajo de dirección de arte, la cinta fue filmada en piscinas gigantes y con una escenografía que recreaba el alta mar. Los efectos visuales del “El Mago del Suspenso” asombraron al mundo, al igual que su historia: Ocho sobrevivientes de un barco torpedeado comparten un bote salvavidas. También recogerán a un nazi que está a punto de ahogarse.

En 1954, Richard Fleisher adapta la novela de Julio Verne “20 mil leguas de viaje submarino” y dos años después, John Houston lo hace con la clásica novela de Herman Melville “Moby Dick”. La obsesión y el resentimiento de un hombre contra un monstruo marino que lo redujo a la condición de mutilado, presentará algo más de un desafío, sino un viaje a las entrañas de la condición humana y de cómo el falso sentimiento de venganza pudiera arrastrar a un grupo de hombres a su destrucción.

Los muertos en carretera

A las clásicas historias de recorridos en carreteras, ya bien en busca de turismo, trabajo o escape de prisiones (“Las viñas de la ira”, John Ford, 1940, “As I Lay Dying”, James Franco, 2013, “The Deflant Ones”, Stanley Kramer, 1958), se une, desde finales del siglo XX, una nueva saga de road movie donde el protagonismo recae en las tribulaciones de quienes tienen la encomienda de trasladar fallecidos de un sitio a otro, ya bien a caballo, a pie, o en distintos medios de transporte.

En 1995, los cubanos Juan Carlos Tabío y Tomás Gutiérrez Alea (Titon) se enrolaron en “Guantanamera”, la aventura de llevar un muerto de un lado a otro de la isla. La cinta, con guion de los propios directores y Eliseo Alberto, persiguió la crítica social dentro un clima de humor negro: la férrea burocracia cubana, con todos sus excesos y manipulaciones salió a la luz sin ningún tapujo, tema recurrente en la obra de Titon donde ya había alertado de propósitos temáticos similares en “La muerte un de burócrata”, aunque aquella ocurrencia se limitó al traslado del fallecido del cementerio a su casa y viceversa, así como del estoico recorrido del protagonista por innumerables oficinas en busca de un sello estatal que legalizara el entierro. Un guion del mexicano Guillermo Arriaga dirigido y protagonizado por Tommy Lee Jones, recreó la historia de un hombre dedicado a llevar a caballo, desde la frontera entre Estados Unidos y México hasta su pueblo natal a un infeliz inmigrante que el mismo hombre asesinó accidentalmente.

Titulada “Los tres entierros de Melquiades Estrada” (2005) el filme (ganador en Cannes al Mejor Guion y Mejor Actor), dirigido y protagonizado por Tommy Lee Jones, la historia, entre risas y asombros, trajo la historia de un hombre con cargo de conciencia por haber asesinado a alguien que no lo merecía. En el trayecto, el protagonista, con el muerto encinchado sobre otra bestia, vivirá momentos de excepción dentro de una atmósfera de humor negro muy bien recreada.

El director chino Zhang Yang estrenó en 2007 “Getting home” cuya historia transcurre alrededor de las peripecias de un trabajador que emprende un viaje a través de la República Popular China para devolver el cadáver de un amigo a su familia, y así cumplir una promesa. Con un ritmo pausado que no molesta, el filme mantiene rasgos de la filosofía oriental en tono de comedia desde un punto de vista no folklórico. El protagonista, con su muerto a cuesta emprende, una travesía difícil a lo largo y ancho del extenso país asiático, recibiendo, junto a gestos solidarios, el egoísmo y la ambición de sus semejantes.

Giros inesperados. terquedad, y desinterés, conforman algunas subtramas alrededor de los avatares del protagonista para enriquecer la atmósfera de su travesía.

En 2010, el israelí Eran Riklis llevó a escena “El viaje del Jefe de Recursos Humanos”, una cinta con puntos de contacto con “Guantanamera” (Gutiérrez Alea-Tabío), “El cebo” (Ladislao Vajda, 1958) o “El juramento” (Sean Penn, 2001), estas dos últimas basadas en obras de Dürrenmatt. El crítico M.

Torreiro de la revista española “Fotogramas” ha escrito sobre este filme: “Con un aplomo considerable para la puesta en escena (...) Rifklis cuenta una peripecia llena de claroscuros, poblada de personajes entre lo risible y lo dramático. Y lo hace con una solvencia del todo inhabitual”.

El espectador disfrutará una historia (la muerte por un coche-bomba de una extranjera que labora en una empresa local) que propone una sucesión de hechos variopintos, entre el drama y la comedia, al encargárle al jefe de Recursos Humanos de la referida empresa se le encomienda trasladar el cadáver por carretera, hasta la patria de origen de la víctima.

“Little Miss Sunshine” (Jonathan Dayton y Valerie Faris,2006) nominada a cuatro premios Oscar y ganadora de dos (Mejor Guion Original y Mejor Actor de Reparto) es una cinta renovadora, que trasciende por los valores de un relato desenfadado y una puesta en escena donde el talento supera la economía de recursos. La historia de una familia que emprende un viaje por carreta para participar en un evento desborda originalidad, un humor negro pocas veces visto y una cámara avivada, protagonista del relato cinematográfico.

En el transcurso del trayecto, un integrante de la caravana familiar fallece, lo que no es óbice para que, muerto y todo, ese grupo “sui géneris” prosiga en pos de su objetivo.

Los trenes

Desde “El tren arrollador” (1932) hasta “Snob Piercer” (2013) el road movie se ha movido también en las ruedas de un tren. Cientos de películas de diversas cinematografías han transcurrido dentro de vagones y locomotoras, como prueba de que las ruedas de hierro pueden engendrar historias. “El tren arrollador” fue un serial televisivo protagonizado por una banda de asaltantes de trenes empecinada en robar, matar y someter a la obediencia a todo lo que cruce en su camino.

“Snob Pierce”, dirigido por el surcoreano Bong Joon-ho es un filme de Ciencia Ficción co-producido entre los Estados Unidos y Corea del Sur donde un grupo de hombres sobrevive en un enorme tren que no deja de dar vueltas alrededor el mundo dentro impulsado por un movimiento eterno, tras un fallido experimento para solucionar el problema del calentamiento global que acabó con la vida sobre la tierra. Como toda aventura comercial, la película se reduce a un enfrentamiento justiciero entre el bien y el mal, aunque es digno reconocer el nivel de las actuaciones, la pulcritud de su guión, la magnitud de los efectos visuales y la magia de la escenografía, a veces apoyada por un eficiente manejo de la computadora.

Sin mucho ruido, con pocos recursos, pero con sentido de lo que es cine, Delmes Daves dirigió en 1957 “El tren de las 3.10 a Yuma” cinta que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un referente del género western. Una versión comercial fue el remake que en 2007 dirigió James Mangold, con Russell Crowe y Christian Bale en los roles protagónicos y que artísticamente no llenó las mismas expectativas que la versión original, protagonizada por Glenn Ford. Lo especial de esta película es su condición de road movie “a caballo” hasta la estación del pueblo, donde deberá pasar el tren a Yuma a las 3.10 de la tarde para trasladar a un temible asesino ante la justicia. Su concepción de “tren” es meramente referencial porque la maquinaria solo aparece por unos instantes al final de la película.

En este ensayo donde los relatos salen como el humo de las locomotoras se incluyen productos de otras cinematografías como la checoeslovaca. La memorable cinta “Trenes rigurosamente vigilados” (1966) de Jiri Menzel, expone el avatar de un joven operador ferroviario en medio de la Segunda Guerra Mundial, cuando recibe la encomienda de proteger ciertos trenes estratégicos del nazismo para conquistar Europa Central. Al año siguiente, esta cinta mereció el Premio Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa.

A la versión cinematográfica de la novela de Agatha Christie “Asesinato en el expreso de Oriente” (Sidney Lumet, 1974) protagonizada por Albert Finney, Lauren Bacall, Vanessa Redgrave, Sean Connery e Ingrid Bergman (Ganadora del Oscar a la mejor actriz de reparto por esta cinta), le siguió una versión televisiva en 2001. El filme devino en clásico del road movie.

En 2007, el rumano Cristian Nemescu otorga un toque de comedia ferroviario con su aplaudida cinta “California dreaming”, protagonizada por Armand Assante. El filme, Mejor Película en “Un Certain Regard”, en Cannes, relata las ocurrencias que suceden en un tren de la OTAN que transporta equipamiento y soldados, a través de Rumanía, hacia la frontera serbia, al final de la guerra de Kosovo. Sin embargo, el tren debe parar en una aldea rumana, donde sus habitantes no están a gusto con esa presencia militar. En su momento, el crítico del Diario El País, Javier Ocaña, la calificó como: “Cínica, sutil, briosa, lejos del maniqueísmo y con un espectacular desenlace cargado de simbolismo”.

The interview


De Charles Chaplin a Woody Allen, el cine ha incluido películas burlescas contra los desmanes del poder y los poderosos. Muchas se centran, tal vez, en aquellos gobernantes que, como Hitler, Stalin, Mussolini tienen en su haber los mayores crímenes de Estado contra sus pueblos y la humanidad.
Sin embargo, estas producciones, a la hora de referir nombres y episodios han sabido respetar los parámetros culturales que toda empresa cultural debe guardar.
No pienso que a los cineastas les haya temblado el pulso a la hora de enfrentar la sátira política y omitir en ella escenas sin el menor asomo de respeto al pudor y al buen gusto. Acudir a la cultura para promover el desprecio como chanza requiere un nivel de ilustración adecuado.
El arte tiene sus reglas, modos, y emblemas. Y dentro de él caben todos los propósitos. El único y mayor requisito debe ser la buena hechura.
Refiero este comentario a propósito del estreno de la controversial cinta “The interview”, de los directores Evan Goldberg y Seth Rogen, centrada en ridiculizar a la figura del dictador norcoreano Kim Jong-un. 
La cinta ha adquirido una resonancia mundial gracias a la propaganda mediática y no dudo que se convierta en la más vista a nivel mundial.
Solo que al salir del cine, un espectador con dos dedos de frente tendrá, obligatoriamente, que incitar la reflexión.
¿Es “The interview” en realidad una película o supone un panfleto de tipo político con un objetivo descalificador de carácter populista?
Analicemos por partes. En “The interview”, sus directores abandonaron el camino del humor como elemento cultural. En vez de seguir los rumbos de exitosos productos de la sátira política como “Borat”, prefirieron la mendicidad ética, el mal doblaje, los recursos especiales endebles, la puesta en escena deplorable y las lagunas formales.
Para colmo, se apoyaron en un guion descabellado, más cercano al disparate que al entretenimiento, sin contar que reunieron un elenco que descuella por sus malas actuaciones.
Si el gobierno de Pyonyang no hubiera promovido el escándalo internacional, esta cinta habría pasado sin penas ni glorias, como otro de los tantos subproductos que campean por sus respetos bajo el nombre de películas.
No comparto la forma de gobierno que impera en Norcorea. Como ser humano, cuestiono las dinastías, las dictaduras y las mentiras del poder. Pero tampoco comparto la chabacanería, el populismo cultural y el mal cine. Semejantes categorías son tan perjudiciales para una sociedad como pueden ser la falta de alimentos, el encarcelamiento de opositores y el embrutecimiento de las masas. “The interview”, lamentablemente,  trascenderá por motivos extracinematográficos. Y la cinefilia lamentará que subproductos de esa envergadura circulen por el mundo.
Como buen latino, me gusta el choteo y el relajo, por supuesto. Pero con orden.

Ficha técnica
País: Estados Unidos.
Año: 2014. Directores: Evan Goldberg, Seth Rogen.
Guion: Dan Sterling (Historia: Evan Goldberg, Seth Rogen, Dan Sterling). Reparto: James Franco, Seth Rogen, Lizzy Caplan, Randall Park, Diana Bang, Timothy Simons, Reese Alexander, James Yi y Paul Bae.
Sinopsis: Un presentador de televisión y su productor, consiguen una entrevista exclusiva con el líder de Corea del Norte. Ante tal oportunidad, la CIA les pide que cometan un magnicidio para el cual no están preparados.

Arraiga, de Argénida Romero

Conocí a Argénida Romero como todo escritor lo debe hacer ante alguien que practica regularmente el ejercicio del criterio: por su obra. Su primer poemario, “Mudanzas”, trajo a una joven con herramientas para poder rastrear a su manera.
Este no fue un libro de búsqueda, sino una carta abierta para mortales curiosos. En un país donde la crítica literaria está muy por debajo de la obra creada, este poemario le ganó, junto al poco espacio difusivo, una legión de admiradores que no la olvidarían más.
Después, su literatura y su periodismo se difundieron de manera más organizada en su blog “El diario de la Rosa”, publicación que ganó masividad y premios.
El pasado año, su segundo poemario, “Arraiga”, obtuvo el Premio Joven de Poesía de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo.
Sobre esta obra, escribió Pedro Antonio Valdez: “En virtud de la magia manifiesta en la manera de abordar los temas de su poética y en el uso que hace de los recursos retóricos, así como las frescas imágenes que deslumbran, con un lenguaje agudo que en ocasiones se torna irónico, tenemos la certeza de que nuestra autora ñpues ahora nos pertenece a todos, continuará en la senda de las letras, haciéndonos partícipes de su mundo interior, mostrado a través de una poesía fresca, fluida y cotidiana”.

El poemario 

Desde el inicio, se aprecia la una voz muy personal: “La nostalgia está hecha/de casas que se derrumban.” Con este aviso el lector se prepara para recibir una serie de avisos interiores (que no “interioristas”) donde la ternura se combina con el recuerdo, el dolor y la paradoja de su existir.
De esos temas salta al “Conjuro” iniciado con un verso antológico: “Quisiera encontrar una palabra para rescatarte” ¿Al amor? ¿Al pasado? ¿A su historia personal? Este es un texto de silencios y diafragmas donde la autora acude a un lenguaje comunicacional, celebrado por la síntesis, a manera de balsa salvadora de naufragios.
En “Buena niña” despunta el dolor como aguacero sin final: “A veces me canso de ser humana,/ agitada por el demonio que punza mi lengua/ y me roba los deseos de buena niña/ de la que cuida las rosas/cose el ruedo de su falda manchada/ y espanta pesadillas”.
La nostalgia y el dolor acorralan su discurso, siempre atento al descubrimiento, a la no repetitividad, a la acentuación de lo inesperado y a la invocación de un misterio que ella sabe guardar. Por eso pregunta en “Ensayo”: “¿Si todo callara?/ ¿Si la mudez abrazara este paisaje de presente prestado?/ ¿Si yo también callo y vuelvo transparente el nudo en mi garganta?”.
Argénida Romero sabe camuflar su nostalgia y gracias a ello, su dolor evoluciona hacia un estado de reverencia que le ha enseñado el arte de escribir bien y de pensar que las palabras son espadas contra la chapuza del diarismo. En “Celebración de la alegría” así lo demuestra: “Hay que celebrar la alegría/ cuando al fin llega/ hacerle reverencia/ multiplicarla/ ir con ella por las calles/ martillarla en las paredes/ sembrarla en las fisuras que destapa el ruido/ contagiarla/ regalarle las iglesias vacías/ descomponerla/ mirar su misterio/ coser su sombra a nuestra espalda/ para cuando se vaya/ poder sonreír/ sin llevar las cuentas”. Argénida Romero sabe seducir con la palabra.
Lo vuelve a demostrar aquí, con su “Arraiga”, donde se anuncia ya el estallido de una mujer con mirada atenta, corazón abierto y recursos técnicos capaces de no aburrir (a pesar de la recurrencia a la primera y segunda persona del singular en la mayoría de sus textos).
Si la poesía es, a la vez, cerebro y corazón, aquí hay un buen ejemplo de ella. Salud y buena vida a la poeta Argénida Romero y a su poesía.

sábado, 15 de marzo de 2014

Conducta


Luis Beiro
luis.beiro@yahoo.com

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Los dos largometrajes de ficción de Ernesto Daranas (La Habana, 1961) hacen diana en el lado oscuro de la vida cubana de hoy. La primera de ellas, “Los dioses rotos” (2009), desafió códigos morales. Su pretexto fue traer al presente un clásico del teatro cubano, “Requiem por Yarini”. Con ella como pretexto, Daranas demostró que el “chulo” cubano no ha muerto y que en los barrios habaneros perviven sentimientos humanos que superan, en tiempo y forma, la personalidad del que se aprovecha de los ritos religiosos para imponer su poder y sus códigos morales sobre los demás.
El “chulo” que presenta Daranas en su primer largometraje de ficción difiere sustancialmente  al que se ha trascendido en la tradición cubana pre revolucionaria. Ese personaje que campea por las calles habaneras de hoy  es todo  un señor empresario moderno. Y actúa como tal, sin olvidar las prácticas de clientelismo, soborno, corrupción, tráfico de influencias y crímenes que entraña “el ejercicio de su cargo”, sin nada que envidiarle a cualquier político de turno. Actúa a la sombra de la ley, pero amparado por las élites del poder porque, a fin de cuentas, ese poder se sirve de personajes de su calaña para controlar cualquier tipo de efervescencia social.
Su segundo filme, “Conducta”, se acaba de estrenar en las salas habaneras. Y según me cuentan, el público abarrota los cines, aplaude determinadas escenas y, como si una vez fuera poco, visiona la cinta dos, tres y hasta cuatro veces, como para que no se le olvide ningún detalle. Según publica Yusimi Rodríguez en Diario de Cuba: “El Yara ha sumado una tanda más a las ya habituales, y en cada una, la sala se ha llenado más que en la anterior.”
En relación a esta película debo decir que estamos frente a una producción cinematográfica a secas. No importa lo rudimentario de su técnica, pues “solo pedantes y bribones se la sacaran en cara”. Los directores cubanos deben hacer sus obras “arañando la tierra”, sin un mercado que los apoye, sin una publicidad interna que invierta en su realización y con un personal técnico brillante, pero muy mal pagado. Sin embargo, lo hacen bien. Se diría que demasiado bien si tomamos en cuenta el contexto sociopolítico en que se desarrollan.
“Conducta” es una cinta con muchos bemoles, demasiados. Sus valores extra cinematográficos no son inferiores a los artísticos. En ella se respira cine, un cine convencional desde el punto de vista de su puesta en escena, pero inmenso en su discurso; un producto de calidad, muy bien dirigido, con un guion valiente, de factura perfecta, con un reparto de primer nivel y una fotografía que reitera la mayoría de edad del cine cubano. Es una obra donde “ciencia” y “técnica” se dan la mano en matrimonio armonioso. Tal vez esa sea una de las causas de su aceptación unánime.
 
Voy a apartarme del debate ideológico para comentar esta película cubana. Los problemas de las ideologías (o lo que ellas ponen en juego) no son de forma, ni de fondo. Pero sí son portadoras de un virus de identidad. Algo así como una especie de hipnosis que transforma al ser humano en “algo”. Y ese hombre, que solo mira el bien de los demás a partir de su propia perspectiva, pierde la noción de integralidad, es decir, juzga a quienes lo rodean sin tomar en cuenta sus puntos de vista individuales, sus principios de libertad, la facultad de disentir, de expresarse, de entender a sus semejantes y de respetar los derechos ajenos y humanos.
La película “Conducta” tiene un discurso ético donde se enfrentan lo políticamente correcto con lo académicamente correcto, a pesar de que los personajes en conflictos, puedan compartir o no la misma ideología.
La tragedia de los niños Chala y Yeni no es más que el telón de fondo de una Habana en ruinas; una Habana donde los niños mal visten, mal comen, mal hablan y mal piensan. Ese es el contexto que escoge Ernesto Daranas como centro de su historia. El filme puede leerse a partir del enfrentamiento de dos personajes, la maestra Carmela y la inspectora Raquel. La primera (representada por una depurada actriz llamada Alina Rodríguez, y la segunda, encarnada con acertada discreción por Silvia Ávila). Los parlamentos de ambas mujeres provocan flujos de conciencia que responden al desgarramiento interior; una joven funcionaria impotente por no poder aplastar a una veterana profesora con sus lecciones de burocracia e insensatez (Raquel) y la otra (“rosca izquierda”) por encontrar siempre las reflexiones humanísticas necesarias para rechazar las pretensiones oficialistas. Ese dueto actoral alcanza momentos de lucidez que obligan al espectador a vincularlos con sus perspectivas éticas.
Daranas provoca un juego de contrastes con sus personajes, sobre todo cuando ese aparente debate de deberes e inconductas crece en forma de arte. El ejemplo no puede ser más aleccionador: se enfrentan la rancia ortodoxia que promueve un personaje joven y la lucidez y la razón de una veterana. Es decir, ideas viejas en mentes jóvenes e ideas jóvenes en personalidades a punto de pasar a mejor vida.
Dentro del filme, se aplauden frases que habrían sido consideradas subversivas en tiempos de pasión verde olivo; otros las refieren como derivaciones propias de un ludismo mimético. Sea como fuera, lo importante es que el careo de ambas protagonistas, es un recurso de Daranas para hacer temblar a un espectador consciente de que, entre ellas, no habrá reconciliación. La rigidez de esos enfrentamientos tal vez pueda achacársele a Daranas como un exceso de coloraciones en la conformación de ambos personajes que, a fin de cuentas, quedan encasillados dentro de su propia certidumbre, recreando el pasivo enfrentamiento entre el bien y el mal que, a lo largo de la historia del cine, no solo ha dejado propuestas lamentables.
No estoy hablando de actuaciones, sino del propósito que persigue la película con esas actuaciones porque, a pesar de los aplausos delirantes, el filme pudo haberse enrumbado por trillos mucho más enyerbados, donde no solo se balbucean estados de ánimo  o de opinión, sino donde la batalla sonara tan duro como las letras que salían de la vieja maquinilla de escribir de la maestra Carmela cuando redactaba, con elegancia y gallardía, su “testamento”, exigiendo no el retiro, sino la expulsión del magisterio que había ejercido de manera ejemplar por casi cincuenta años: “mucho menos tiempo que el que llevan en el poder los que gobiernan el país… ¿no parece demasiado?”.
La repercusión emotiva de esta obra no tiene discusión. Como tampoco su rol de válvula de escape para una sociedad que, dentro de la sala oscura, puede gritar y aplaudir a espaldas de personajillos que, como la inspectora Raquel, todavía son “gentes” en las calles habaneras.
Su ritmo es impresionante. Podría compararse con la intensidad de una búsqueda implacable en medio de la nada. Desde que se inicia el filme con imágenes de la profesora Carmela leyendo su propia “sentencia”, el director se dio a la tarea de otorgarle a su película un dinamismo irreversible. Para ello, escribió un guion lleno de simbolismos legibles, sonoros y cercanos a la cotidianidad antillana como el vuelo de palomas, el ladrido de perros, el correr de autos, trenes, carretas, bicicletas, triciclos, así como ese ronroneo citadino, la indócil inestabilidad y el fragor dentro de una escuela donde la maestra es algo más que una simple trasmisora de conocimientos. 


Ese simbolismo no excluye ni subvierte. Puede llegar en forma de contrastes (peleas de perros/ vuelo de palomas) o con imágenes  violentas (peleas de perros/riñas infantiles/juegos/nados) siempre en función del desarrollo de la historia. Daranas enriquece sus contrastes dentro de las cuatro reglas que definen la conducta de un niño y que se encarga de poner en boca de Carmela: “casa-escuela-rigor-afecto”. La ausencia de estas categorías provoca el estallido social de personajes como el niño Chala, protagonizado por Armando Valdés quien, por su fuerza interpretativa, nos recuerda, salvando las distancias e intenciones al entonces infante español Juan José Ballesta en el memorable film de Achero Mañas “El bola” (2000).
Daranas se esmeró en la conformación de su protagonista, llenando de claroscuros su presencia en la pantalla. Chala, sin un padre conocido y con su madre adicta, es el “que lleva los frijoles a la mesa de su casa” ejerciendo oficios como cuidador de perros de pelea, “coleccionista” de palomas y jugador de la lotería: Esas son las únicas oportunidades que le brinda la sociedad en que vive.
La personalidad histriónica de Valdez es tan fuerte que convence con sus maneras de sufrir, llorar, pelear, responder y codearse con gentes de todas la calañas. Lo mejor de todo es su buen corazón que no se cansa de buscar cariño y protección, en su caso, en la maestra Carmela. Además de ser maltratado e incomprendido, su sincera necesidad de afecto no es correspondida por quienes forman parte de su entorno. En otras palabras, el vive como adulto sin dejar de ser niño.
Sin llegar a las excelencias de Valdés, el personaje de la niña Yeni, interpretado por Amaly Junco es conmover por la tragedia que arrastra y que trata de disimular inútilmente, porque ya es un secreto a voces: ser Palestina. Esta es una simpática forma cubana de nombrar a quienes se atreven a violentar la ley que impide a los habitantes de una provincia que se trasladen a otra sin permiso estatal. Yeni y su padre son asediados por la policía, y tienen que acudir al soborno para poder quedarse a malvivir en un bajareque en ruinas... hasta un día en que el pobre hombre “tenía los bolsillos vacíos”.
“Conducta” se estrena a principios de 2014, cuando el cubano vive el día a día, sin importarle mucho la luz que llegará con el nuevo amanecer. Pocos años atrás, algunos esquemas han caracterizado tres propuestas cubanas con niños actores. Películas como “Viva Cuba”, “Habanastation” y “…sin Embargo” han sido protagonizadas por el grupo de teatro “La Colmenita”, institución que le ha dado la vuelta al mundo como resultados de la generosidad gubernamental. No les restamos a esos infantes ni ápice talento, ni atacamos a los valiosos directivos de esta agrupación. La maquinaria estatal “presiona” y hay que estar dentro de la isla, haciendo cultura, para saber el precio que se tiene que pagar por ello. Y al igual que el final del filme “Viva Cuba”, esos niños ya no tienen para dónde escapar.
Se pudiera decir que Ernesto Daranas ha logrado una obra donde se puede ver el mundo de la sociedad cubana a partir de la experiencia de un niño y los conflictos que inevitablemente le vienen encima por lo que se mueve a su alrededor.
Porque su cinta no es una historia para “disfrutar” en una sala de cine tomando Coca cola, sino un pedazo de realidad arrancado del corazón de una ciudad, copiado por una cámara indiscreta.
El filme puede tener también otra lectura. “Conducta” por mucho que se centre en las tribulaciones de cuatro personajes (Carmela, Raquel, Chala y Yeni), no es un relato explosivo en el sentido lineal de la palabra. La mirada del director sobre los graves problemas que afronta la educación escolar en Cuba se capta de una manera protagónica, resumida en el enfrentamiento entre utopía y razón. Por eso la cámara no se preocupa tanto por buscar exteriores, sino por sacar del alma humana la amargura y rabia acumulada.
El recurso del close-up para mostrar estados emocionales, así como la ausencia de clichés en el perfil socio cultural, no es una pieza más dentro de un juego de imágenes en movimiento. El discurso literario, filosófico y artístico que se mueve detrás de esta película (elaborada con un muy reducido presupuesto) ofrece una visión alternativa donde cada escena podría interpretarse como una ilustración de la anterior. Es decir, como un espiral que desata la rebeldía interior que persiste  en unos personajes que están convencidos de que dentro de la isla hay cosas que cambiar, desde hace mucho tiempo.
La profesora Carmela, a todas luces, la heroína, está trabajada con el propósito de trasgredir. Su cuestionamiento a la filosofía oficialista no parte de una militancia política adversa al régimen, sino de su sentir como ser humano. Ella no tiene límites a la hora de cruzar esas trasgresiones porque, en definitiva, sabe quién es y no está dispuesta a ceder ni un ápice en sus puntos de vista aunque ello le pueda costar algo más que su empleo.
La decisión del director de otorgarle a su obra un final abierto, memorable, preparado para que la inteligencia del espectador se dirija no a la búsqueda de soluciones inmediatas, sino a la reflexión de los graves problemas que puede confrontar una sociedad que alguna vez en su historia decida seguir los rumbos de un régimen totalitario, es un rotundo golpe de éxito.
“Conducta” es cine por los cuatro costados. Cine pobre, pero nunca pobre cine. Más claro, ni el agua. No busque en ella el censor los fantasmas que no existen.

Ficha técnica.
País: Cuba. Año: 2014. Dirección y guion: Ernesto Daranas. Duración: 100 minutos. Reparto: Alina Rodríguez, Armando Valdés, Yuliet Cruz, Amaly Junco, Miriel Cejas, Tomás Cao, Héctor Noas, Aramis Delgado y Silvia Ávila. Sinopsis:  Un niño de once años (con un supuesto padre preso, vive con su madre adicta), entrena perros de pelea para buscar un sustento económico. Carmela es su maestra de sexto grado y el niño siente por ella un gran respeto; pero cuando ella  se ve obligada a abandonar el aula por un tiempo, las cosas camban y el niño es trasladado a una Escuela de Conducta. A su regreso, Carmela se opone a esta medida pero este compromiso pondrá en riesgo a ambos personajes.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Guillo Pérez: “Este pueblo mío me ha querido desde que nací”

“MI ESTILO SE LLAMA COMO YO, GUILLO PÉREZ, Y NO SE PARECE AL DE NINGÚN OTRO”

Guillo Pérez en sus inicios.
Luis Beiro
Santo Domingo

Listín Diario. Julio, 2008

Su esposa actual, Amalia, es una mujer que respira altura no sólo por su elegancia al vestir ni por el esmerado trato al visitante. Ella sabe descubrir en la intensidad de los pequeños ojos azules del maestro, el rigor de su decir.
Ella no sólo es la madre de sus cuatro últimos hijos, sino también su colaboradora más cercana. En los últimos años lo ha visto mancharse una y otra vez en taller como aquel muchacho que por los años cincuenta pintaba la imagen de las Águilas Cibaeñas en banderolas, cartulinas y maderos para ganarse la vida. Ella, además de esposa, es su confidente y amiga. Ella es la mejor anfitriona y la que hizo posible este encuentro.

Guillermo Esteban Pérez Chicón, mocano de nacimiento, primo y alumno de Yoryi Morell, me esperaba con su guayabera azul y su rostro curtido por el rigor de una lejana juventud llena de incertidumbre que le obligó a carestías y sacrificios personales con tal de abrirse una ruta por sí mismo.

Infancia y adolescencia
Guillo Pérez, el único varón de una familia de ocho hermanos, aprendió el arte de su padre, Francisco Guillermo Pérez Tavárez (Fan) un trabajador eventual que se las ingeniaba durante los doce meses del año en “inventárselas” para sobrevivir.
“No me puedo olvidar que él convirtió mi casa en un pequeño taller y tenía como compañero de oficio a un carpintero llamado Antonio Rodríguez. Ellos me enseñaron a hacer objetos de madera que luego yo llenaba de colores con  pintura de aceite y los llevaba a vender por las calles de Santiago. Pero antes de esa experiencia, mi padre instaló en mi casa una fábrica de dulces caseros gracias a la cual mantuvo a la familia por varios años”.
Su padre también era aficionado a la música y entre sus artistas favoritos estaba el compositor santiaguez Gabriel del Orbe quien años más tarde se convertiría en su maestro.
De esa experiencia Guillo aprendió el valor del “picoteo” para poder vivir con cierto decoro una sociedad donde los empleados tienen sueldos de miseria. Vive convencido que “Aquí, el que no vive del “picoteo”, se muere”.
Mientras me habla de su infancia en Santiago de manos de su madre vendiendo todo tipo de objetos, pintando en letreros, carteles y pegando anuncios y propaganda comercial en las paredes, no puedo ocultar mi respeto hacia ese hombre que a pesar de ser un triunfador no ha perdido su aire campesino, como tampoco lo perdió su pintura.

Guillo Pérez con Salvador Allende

El artista
Guillo Pérez mira a los ojos de su interlocutor tal y como lo hacen las personas que no tienen nada de que arrepentirse. Y mientras me confiesa de su formación autodidacta descubro en él el orgullo por cada una de sus obras realizadas:
“Mi primer cuadro lo vendí a la Galería Auffant en Santo Domingo por cuatro pesos. Esa institución después se convirtió en mi representante y a ella le guardo eterna gratitud por haber confiado en mi. Yo soy de la galería Aufant. Allí conocí a Justo Liberato, quien desinteresadamente me acredita en el mercado del arte y me hacía los contactos para que yo pudiera vender mis cuadros cuando yo venía a la capital los fines de semana. Hoy mis cuadros tienen un precio estándar de 300 mil pesos, según el tamaño. Yo no he dejado de pintar nunca, hay cuadros que se me han complicado en terminar y se han demorado más tiempo del debido, eso es común en el arte, pero como promedio yo terminaba unos 3 cuadros al mes. Hoy tengo mi galería y mi escuela, la cual atiende mi hijo Willy Pérez que salió pintor como yo. Con el paso de los años, he dejado la docencia, pero a mi me gustó dar clases porque a pesar de ser autodidacta en materia de pintura, siempre fui profesor, primero en la Escuela Nacional de Arte y después en mi propio centro docente. Me encanta enseñar. Creo que trasmitir a los demás lo que uno sabe es la mayor satisfacción de un artista. Me gradué en Santiago en nivel básico y medio, así como de la Academia de Yoryi Morel. En 1942 fui al seminario Padre Fantino, en el Santo Cerro de La Vega, pero abandoné esos estudios porque mi verdadera vocación era la pintura”.

Un pueblo heroico
Guillo Pérez vive orgullo del coraje de su pueblo: “Este es un pueblo luchador, de temple y de dignidad, no hay otro pueblo como este”.  Me relató su experiencia en la Guerra de Abril, cuando vivía en la entonces en la calle Santomé 136, en plena zona constitucionalista. Su fusil entonces seguía siendo el pincel, pero salía todos los días a vivir la experiencia de ver a su pueblo resistir heroicamente: “Eso fue tremendo. Nadie se imagina lo que pasó allí. Vi mucha muerte y destrucción. Andaba de un lugar a otro y de todo lo más me llamó la atención era el optimismo de la gente, y después, la forma en que enfrentaban a las tropas invasoras. Vi a un pueblo valiente, desgarrado, sufrido, sin un centavo. Yo estaba en la guerra de curioso. Yo no fui guerrillero, ni soy guapo, ni soy matón. Yo andaba por ahí, por el malecón, viendo los horrores de la guerra y los expresaba con mis dibujos, con mis pinceles y mis colores. Fui siempre un gran espectador de la vida para poder contar los momentos en que he compartido con mi pueblo y con las gentes importantes”.
Me habla con el mismo acento con que saludó al precedente Salvador Allende en el Palacio de La Moneda.  Ahora sus ojos me recuerdan la ciudad de La Habana, donde fue recibido “como un príncipe” y donde pudo almorzar con Mariano Rodríguez, otro grande la pintura caribeña que, como él, trabajó el tema de los gallos. En ese viaje, sostuvo un encuentro con el presidente cubano Fidel Castro, quien fue hasta donde él estaba y lo felicitó. Le dijo que le había caído muy bien, que le gustaban sus cuadros y su cara se correspondía con la de un poeta y le dijo que él se sentiría muy orgulloso si hubiera sido un artista de su categoría.
“Los gallos son un elemento que se incorporan después a mi pintura, pero no es el tema central. Mi verdadero eje temático es la caña de azúcar con el ingenio y todo lo que tiene que ver con la zafra. Mi raíz como artista es campesina y está en el mundo azucarero. Tengo ese universo de sabiduría del campo cibaeño que ensayé después con Yoryi Morel. Aunque yo era un autodidacta, nunca dejé de estudiar”.
Y en realidad no miente. Lo que pasa es que en determinada etapa de su carrera, tal vez la que inició su despunte internacional estuvo marcada por su magia creativa alrededor de la figura del gallo. Sin embargo, el grueso de sus símbolos se encuentran entre los elementos del cañaveral. Ahí, el maestro es mucho más distintivo y electrizante. Lo mismo que en las palmas y paisajes agrestes. Guillo Pérez no es un pintor urbano a pesar de que en su obra se reflejan ciertas experiencias de las calles y casas de Santo Domingo. Pero lo más importante y creativo se relaciona con el mundo campesino, ese que le sale por cada poro de la piel con fuerza entrañable.


Además de pintar, Guillo Pérez tocaba el violín.
Padre de familia
Violinista, jugador de baloncesto y, sobre todo, amante de vivir intensamente el mundo de la creación artística, el maestro Guillo Pérez se siente orgulloso por haber procreado tres familias, las cuales ha mantenido y mantiene de manera decorosa gracias a la venta de sus cuadros: “A  los 17 años contraigo matrimonio con Rosa García, con quien tuve una hija llamada Rosa Albeni. Después, me casé con Ana Rojas con quien procreé 4 hijos, Willy, Miguelina, Fanny y Angela, y actualmente mi compañera es Amalia Linares con quien tengo 4 hijos, Guillermo, Miguel, Francisco y Amalia”.
No bebe, ni fuma, ni va a teatros ni a conciertos musicales. Su hobby es pintar y “visionar cosas” como el mismo le llama al arte de pasar sus horas libres mirando fotos de pinturas universales o leyendo libros de su interés.
Su vida ha sido una espiral de transparencia que no se ha ensombrecido ni moral ni humanamente. Hombre en todas las circunstancias de la vida, ha sabido venir de abajo sin pensar demasiado en las piedras interpuestas en su camino. Como todo artista, ha tenido sus temporadas buenas y malas, pero siempre con la frente en alto y con tremenda fe en los demás. Ha logrado lo más difícil, triunfar en su país.
Vive agradecido a los coleccionistas de arte y empresarios de Santo Domingo y Santiago que generosamente han invertido, tanto en su obra y en la obra de los pintores dominicanos: “Gracias a los Grullón, a los Espaillat y a muchos otros los pintores dominicanos hemos vivido con dignidad y hemos podido realizar nuestra obra, por eso siempre les guardo mucha gratitud. Yo me he sentido siempre y me considero el Goya dominicano”.

Memorias
“Yo he vivido de piropo en piropo entre los grandes maestros y críticos de arte. Jaime Colson cada vez que me veía se deshacía en elogios. Abil Peralta, Cándido Gerón y Marianne de Tolentino han escrito maravillas sobre mi obra.
Quiero mucho a mis compañeros, a Elsa Núñez, a Bidó, a Dionisio Blanco a Rosa Tavárez y a otros más que yo admiro. Este respiro artístico y filosófico que yo tengo y que me viene de herencia, ese calor nacional histórico, me hace decir que los dominicanos somos los artistas más grande que hay en América. Este pueblo dominicano me ha querido desde que yo nací”.
“En uno de mis viajes de Santiago a Santo Domingo Justo Liberato queda impresionado por uno de mis cuadros y me lleva ante Gilberto Hernández Ortega para que se incluya en una bienal.
Entonces él me dice una frase que no podré olvidar jamás: Cuánto talento hay aquí, cuánta inquietud.. .. Y al conocerme me dijo: Se ha dado talentoso ese muchacho... sigue por ese camino”.
“Yo comencé pintando en una mesa cualquiera, en un patio, sin hora fija, pero después fui adquiriendo la disciplina, hacía los bocetos. Fui el primer dominicano que exhibió en tierra santa fui yo, y me fui solo para una montaña a las seis de la tarde para respirar allá la sabiduría de Cristo”.
“Yo dejé la pintura abstracta por razones económicas. Los pintores abstractos de mi etapa éramos Peña Defilló, Silvano Lora y yo. Después mi pintura se volvió “abstractizante. Pero yo he dejado nada, yo he seguido siendo Guillo Pérez en cada etapa de mi carrera”.
“Fui pintor abstracto y muy elogiado, por cierto. Tuve una etapa en que experimenté en la pintura abstracta con mucha constancia porque como artista nunca deseché ninguna forma. También fui fotógrafo y muralista”.